EN LA ALTA NOCHE
Anoche deambulaba por la orilla del mar
y me encontré conmigo, y me puse a soñar.
La Luna era un fantasma; el mar una laguna
donde fulgía un camino para ir hacia la Luna;
y yo pensé, ante el ancho camino plateado:
¿Vendrá por él la Luna a soñar a mi lado?...
Sobre la noche quieta y en el viento, dormido,
ni rumor extraviado, ni susurro perdido.
Y estaba mudo el mar como desierto nido...
El humo voluptuoso del cigarrillo turco
subía en espirales trazando lento surco,
y por la escala azul bajaba una obra loca
de la luna, en sigilo, y se entraba en mi boca;
y en la alta noche llena de paz y de fortuna,
yo, por dentro, me iba encendiendo de Luna...
¡Encanto del misterio! Encanto del profundo
silencio que permite oír rodar el mundo,
mientras van las estrellas corriendo una tras una
en pos del carro mágico donde viaja la Luna...
¡Encanto del misterio! ¡Honda felicidad
de olvidarse de todo en esta soledad
que incita a hacer el viaje hacia la eternidad!
¡Pura dicha anhelada de estar lejos de todo,
y sacudir el polvo, y limpiarnos el lodo,
y sentir que nos vamos elevando... elevando...
sin comprender a dónde, ni saber hasta cuándo!...
Señor: ya yo no quiero nada, nada, ni amor;
porque el amor es simple motivo de dolor.
Dame tan sólo paz; dame sólo el olvido;
dame la gracia última de quedarme dormido,
por siempre, bajo tierra, en un lugar perdido
donde no oiga palabra ni me turbe ruido.
Ricardo Miró