EL PRIMER ABRAZO
Al fin estamos solos, al fin contra mi pecho,
Mitad del alma mía, frenético te estrecho,
¡Mujer, sueño que palpo de mi felicidad!
¡Conque eres tú, tú misma, la veinte años deseada!
¡La hija del imposible, la hecha para soñada!
Y ¡oh... demasiado grata para que seas verdad!
Dime, ¿yo no deliro? ¿de veras tú me amas?
¿De veras tu adorado dulcísima me llamas?
¿Yo mismo no me engaño? ¿tú no me engañas? di.
¿No es crimen dicha tanta en donde hay tanto duelo?
¿Será que ya hemos muerto y estamos en el cielo,
Tú en mí glorificada, glorificado en ti?
Conmigo estás, y me amas... ¿y no te vuelves loca
De dicha, cuando siento que toda mi alma es poca
Para amarte, y es mi alma templo de inmenso amor?
¡Conmigo estás, y me amas! y como yo no mueres
Ahogada en el supremo placer de los placeres
De amar, y ser amada, y estar con tu amador.
Oye: por mí soy nada, y nada por mí espero,
Y nada de la tierra ni de los hombres quiero,
Su vanidad no entiendo, desprecio su ambición.
Mas, tanto por ti aspiro, y son mis fuerzas tantas,
Que por rendir coronas a tus preciosas plantas,
Fuera tal vez un Leónidas, un Milton, un Colón.
Dispon de mí: ¿qué quieres? Señálame un camino,
Donde tu acento vaya lanzaré mi destino.
Y si quieres orgullo, te enorgulleceré.
Se cual la reina esposa del bardo caballero,
Que para gloria de ambos, con cítara y acero
Mostró digno del trono al que vasallo fue.
Mas si te basta hermosa que te ame tu adorado
Más que ama su esperanza Luzbel desesperado,
Y más que Adán a Eva delante del Señor,
Dame otro y otro beso, dame otro y otro abrazo,
Que no hay trono en el mundo mejor que tu regazo,
Y no concibo un cielo más dulce que tu amor.
Abril: 1856.
Rafael Pombo