LA CIUDAD MIRA EL SÍLICE LAS MONTAÑAS COMO UNA GÁRGOLA INMÓVIL
La ciudad mira el sílice de las montañas como una
gárgola inmóvil ante los círculos de la eternidad
y se rodea de colinas cárdenas en las que el tomillo es abrasado
por el invierno.
Siento la espesura fluvial; se manifiesta en sílabas
lentísimas. Aún las palomas se pronuncian clamorosas y
los ancianos descansan en la cercanía de las acacias coronadas
de temblor. Hablan y acrecientan la serenidad de la tarde. A veces,
sonríen con un golpe de sol en el rostro y se encienden bajo los
encanecidos cabellos. Sus ojos se entrecierran y apenas es visible un
filamento de acero y lágrimas. La vejez es blanca.
Un anciano tiene el hombro abatido y dispar; el otro ofrece al sol unas
manos grandes cuya piel transparenta largas venas. Hablan con la
imprecisión temblorosa de quien es más débil que
sus recuerdos; restablecen una paz y un espacio: las eras de la ciudad,
los labradores de Renueva, el espesor de los curtientes, la sombra roja
de las herrerías.
Antonio Gamoneda