EL ADVENIMIENTO DE LA LIBERTAD
Insonde es el jardín,
rostro parlero y mudo,
el avatar distante,
el silencio desnudo.
Una larga paciencia
de siglos me depara
la bella oscuridad
en la espera tan clara.
La sangre fue vertida:
el adoquín no nace.
La memoria de todos
con su fuego complace
la inermia en la colina.
Y lo que fue arrebato
pasa como luciérnaga
en lo verde nonato.
Pero... mi cruel crepúsculo
no satísface apenas.
El hombre de este tiempo
reflorece en cadenas
y cede sus angustias
a lo que es profecía.
No todo, con augurio,
refuerza la agonía.
—Jardín insonde,
anulas la perlada ceníza.
Y el águila convoca
su muerte muy aprisa—.
El humilde estandarte
del crepúsculo implora
la fragancia total que se
yergue en la aurora.
Se cansa el mal unánime,
se cansa el torreón,
sirviendo a los espacios
en perpetuo baldón.
La piedra está en la mano
y la hierba se agita
en este te tornasol
pulsado por la cita.
La libertad invade
al siervo. Y el jardín
bocado a la nostalgia
de Dios en el confín
presenta rosas, rosas,
promesas de la lumbre.
Hoy estamos sin sombra
en la tórrida cumbre
en la hermandad gloriosa
que salta en la simiente.
Y no hay paloma insonde.
Late en la mano hiriente
del que quiso obstruir
la virginal poesía
en el centro del mar
la paloma nacía.
Francisco Matos Paoli