LI
Al viento su esperanza y su porfía,
siguiendo Apolo a Dafne, encomendaba;
el miedo, con que el paso aceleraba,
su blanco pie de plumas guarnecía.
De su madeja el oro reducía
el viento a rayos con que al Sol flechaba,
mientras amor, injusto, preparaba
la victoria mayor a quien huía;
cuando la ninfa exclama al padre undoso,
y, humanando un laurel, halla venganza
del Sol en el auxilio de Peneo.
«¡Ay! —dijo Apolo al árbol desdeñoso—,
¿por qué, si en ti fallece mi esperanza,
verde imagen te ofreces al deseo?»
Gabriel Bocángel