A LA MUERTE DEL JOVEN DISTINGUIDO POETA D. JOSÉ DE ESPRONCEDA
«Homo sicut foenum dies eius,
tamquam flos agris sicefflorebit.»
Salmo CII.
No son de Otoño los postreros días,
Cuando del árbol amarillas hojas
Con leve ruido desprendidas caen
Para alfombrar la tierrra ya desnuda:
No luce un sol que se despide triste
De la naturaleza inerte y muda
Que el luto espera que el invierno viste;
Ni allá vagando el viento
Del bosque en la que fue grata espesura,
Se querella con pérfido lamento
Al esparcir sus restos de verdura.
Sereno, azul y trasparente el cielo
A la tierra sonríe;
El céfiro en su vuelo
Perfumes de ámbar y clavel deslíe;
Por el verdor naciente,
Esmaltado de vividos colores
Que ostentan a la par variadas flores.
Su líquido cristal mueve la fuente;
Y las canoras aves,
¡Del sol triunfante al encendido rayo,
Proclaman, en sus cánticos suaves,
La alegre vuelta del risueño Mayo!
Todo parece moviento y vida:
Naturaleza ufana
De amor, de luz, y de placer henchida,
Como virgen amante se engalana
Que de las nupcias el instante espera;
Y al contemplar su pompa el hombre duda
Si ha de ser solo breve y pasajera,
O si en ella saluda,
A su estado feliz restituido,
La eterna gala del edén perdido.
¡Salud, bella estación! siempre que llegas
Cual nuncio de ventura te contemplo.
Tú del Dios paternal brindas los dones,
Y cual augusto templo,
Que en ecos mil repite bendiciones
Que a su Señor omnipotente envia
La multitud de seres.
La vasta tierra eleva la armonía
De sus murmullos, céfiros, colores,
Luces, reflejos, cánticos y olores.
Enajenada escucho cuál circula
Ese himno universal...—¿Mas qué sonido
Fúnebre, aterrador, súbito llega
A mezclarse al placer con que me adula
La primavera hermosa?... El bronce herido,
En prolongado son al aire entrega
Un eco de dolor.—¡Un hombre expira!
Para esos ojos, que la muerte cierra,
Del sol ardiente la inexhausta pira
No tiene ya ni un rayo de esperanza;
Y mientras viste de verdor la tierra
Y es del cielo la luz más bella y pura,
De un Dios inexorable la venganza
A su mejor hechura
Certero el dardo de la muerte lanza.
¡Y este suelo do mora
El hombre infortunado
Ni un gemido tributa a su agonía!
La criatura noble y pensadora,
El ser privilegiado
Que rey del mundo, iluso se creía,
Acaba, y ni una flor se descolora,
¡Ni un eco de pesar imita el viento!
Todo sigue su curso, nada advierte
Que un ser de menos la natura cuenta;
¡Y el astro autor de vida y movimiento,
Cual gozoso del triunfo de la muerte,
Sobre la tumba su esplendor ostenta!
¡Oh verdadero rey del Universo!
¡Muerte cruel! ¿Tu inexorable mano
Qué desgraciada víctima señala?...
Mas ¡ay! pregunta mi dolor en vano;
Solo un gemido el corazón exhala,
Y no osa el labio articular el nombre
¡Del que era un genio ayer, y ya no es hombre!
¿Cómo ha segado la fatal guadaña
Tanta esperanza en flor?... El tibio otoño
Tampoco para él llegado había,
Que gloria dando y esplendor a España
Bello su sol de juventud lucía!
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La multitud curiosa el templo invade,
Y del cadáver amarillo en tomo
Se apiña silenciosa y aterrada.
¡Así contempla el labrador con pasmo
La altiva encina, de la selva adorno,
Por la tormenta súbita tronchada!
¡Como la escarcha fría
Por siempre yace la inspirada frente,
Que de Byron el lauro refulgente
Demandar parecía!
¿Cómo calla la voz cuya armonía
El ángel de los cantos envidiara?
¿Qué se hizo la luz clara,
Reveladora de alta inteligencia,
Que fulguraba en sus brillantes ojos?
¿Es eterna la ausencia
De la vida ¡gran Dios! y esos despojos
Que van a hundirse en sempiterno olvido,
Llevan consigo el pensamiento helado,
Como un astro apagado
Por espacios incógnitos perdido?
¡Blasfemia horrible... loco pensamiento
Jamás mi mente a tu poder sucumba...!
¿La nada invocaré con torpe acento
Viendo del genio la sagrada tumba?...
¿Quién labondad suprema
Podrá ultrajar con tan odiosa duda?
¿Quién su justicia dejará en problema
Ante el estrago de la muerte muda?...
¡A ti, que viertes en el triste lecho
Del humano que expira
Bálsamo dulce de consuelo y calma!
¡Esperanza final; a ti saluda
Con rudos sones mi enlutada lira;
A ti saluda con gemido el alma!
Rompiose el cuerpo deleznable al peso
Del espíritu inmenso que oprimía,
Y ya el ilustre preso,
Que sus grillos quebranta,
¡El libre vuelo a la región levanta
Do guarda la suprema inteligencia
La luz eterna, viva, creadora!...
¡Así de rosas la exquisita esencia
Huye del vidrio estrecho,
Y en invisible nube se evapora!
¡Ay! de su genio las fulgentes alas
Se lastimaban con el roce duro
De la materia frágil y grosera,
Que la encerraba, cual estrecho muro.
Asaz sufrió su espíritu: no era
La tierra su morada. La profunda,
Aunque oprimida fuerza, sacudiendo
De humanas convenciones la coyunda;
El inmenso vacío
De su insondable corazón; el tedio
Que con su diente inexorable y frío
Envenenaba heridas sin remedio...
¡Todo a su fin llegó! ¡todo ha cesado!
Mientras a tributarle estéril lloro
Al templo vamos con incierta planta,
De ángeles puros el celeste coro,
Pulsando el arpa de oro,
Tal vez su entrada en el Empíreo canta.
¡Quiéralo el Ser Eterno! ¡Ya en pedazos
De la materia vil los torpes lazos,
Triunfa, alma desterrada! alegre vuela
A las regiones de la etérea lumbre,
Que jamás nube tempestuosa vela;
Y ve vagar, bajo su excelsa cumbre,
Aqueste globo, a tu ambición estrecho,
Que a la palabra del Señor un dia,
Cual hoy sucede a tu corteza fría,
¡En polvo y humo volará deshecho!
Mayo de 1842
Gertrudis Gómez de Avellaneda