AL PASAR
Abbeville (Francia).
Sola en el campo, en la arruinada ermita,
A la trémula sombra de un almez,
Hermosa como Ruth la moabita,
Recuerdo que la vi la última vez.
Vestía el tiraje villanesco, saya
Corta, listada, un delantal
Festoneado con cintas, de anafaya,
Y una toca plegada, de percal.
¡En pocos años qué mudanza! apenas
Si pude conocerla ¡cuan gentil!
Más frescas que las niveas azucenas
En las mañanas límpidas de Abril.
Tenía la cintura como un mimbre
Flexible y fina, el rostro angelical;
Su voz, su dulce voz, era de un timbre
Mas suave que el canto del turpial.
¡Y sus ojos turquíes! la brillaban
Con tan profundo y blando resplandor,
Que al parecer serenos reflejaban
Del cielo azul el nítido color.
¡Cuántas veces, de niña, las ramillas
Para el fuego juntando la encontré
Y cuántas en las mieses amarillas
Sus cabellos de oro acaricié!
Al volverse hacia atrás y dar conmigo
No atinó a recordarme, se turbó;
Más luego que la hablé, mi acento amigo
Sus recuerdos de infancia despertó.
—«¡Cómo! ¿sois vos? me dijo conmovida,
¡Vos aquí en la comarca!... ¿La salud
Sentís de nueva acaso enflaquecida,
Y en procura volvéis de aire y quietud?»
—«No, Blanca, a otro país voy de camino;
No cual en otro tiempo vuelvo aquí.
Enfermo y fatigado peregrino
En busca de la calma que perdí.
Y bien lo siento a fe... ¡ah, quién me diera
Habitar otra vez el romeral
Perderme entre la viña en la pradera,
Beber el agua virgen del raudal!»
No era ese el deseo caprichoso
Del que aspira a una efímera merced;
De olvido, de silencio, de reposo,
Sentía el alma la profunda sed.
Pregunté luego a la aldeana bella
Por su padre, que un día me acogió
Bajo su techo hospitalario, y ella
Contestó suspirando—«¡Ya murió!»
—«¡Murió! ¿Cuándo murió?» —Cumplirá un año
Cuando empiecen las uvas a pintar;
Dios alejó al pastor de su rebaño,
¡Ah! si vierais, desierto está el hogar!»
Yo estimaba a aquel hombre franco, honrado.
De corazón ingenuo, sin doblez,
Allá en su juventud bravo soldado.
Vaquero y labrador en su vejez.
«¿De qué murió?» le dije. —«Estaba fuerte
Como el tronco que veis de ese abenuz;
Un día entre la| mies le halló la muerte
En el sitio en que se alza aquella cruz!»
—«¿Y os dejó alguna hacienda?»—«Lo bastante
Para vivir, la casa, y más aquel
Molino que se vé blanquear distante,
L,os bueyes, el sembrado y el verjel».
—«¡Pobre! ¿y tu madre?» —Llora el día entero,
Si queréis verla os llevaré, venid,
Está allá abajo al canto del otero
A la sombra tejiendo de la vid».
—«Es tarde ya», le contesté «y aún queda
Lejos la aldea adonde voy, a más
Temo afligirla; el cielo la conceda
El consuelo a sus penas, le dirás».
—«Más al menos» repuso, los colores
Animándola el rostro, «aceptaréis
Del jardin de mi padre algunas flores
Plantadas por su mano «¿os negaréis?»
¡Y cómo resistir su voz tan pura,
Aquel dulce mirar, tanto candor!
Seguila, pues, dejando mi montura
Atada al tronco de un almendro en flor.
Al punto en que a estrecharse el valle empieza.
Hallábase la casa, al pie el jardín.
Donde entre ásperos brezos y maleza
Se enredaba a los mirtos el jazmin.
Ya en su recinto, Blanca, más ligera
Que una corza, con gracioso afán
A esas fiores juntó la enredadera,
La violeta silvestre al arrayán.
Hízonie un ramillete; sonrojada
Con infantil sonrisa me lo dio;
Luego por una senda sombreada,
Del arroyo a la margen me llevó.
Sentámonos allí de la corriente
Al grato son; el céfiro fugaz
Murmuraba en los sauces; blandamente
Gemía en la hojaresca la torcaz.
Fue en aquel sitio y bajo de aquel cielo
Que en esa alma limpia pude leer.
La vaga agitación, el tierno anhelo.
Que despierta el amor en la mujer.
Como de miel dorada rebosante
De las vivas abejas el panal,
Derramaba su aroma refrescante
La flor de su inocencia virginal.
—«Quisiera ir a donde vais, quisiera
Conocer otras tierras», exclamó—
Vino aquí vez pasada una extranjera,
¡Oh, cuántas maravillas me contó!»
Sombras de sueños vagos, el reflejo
De una esperanza indefinida vi
Sobre su frente, cristalino espejo
De un pensamiento ardiente y baladí.
—«Blanca», le dije al levantarme—«habita
Aquí la paz, consérvate fiel
Al hogar de tus padres y bendita
Corra tu vida y venturosa en él».
—«¿No volveréis?» —«¡Quién sabe! voy muy lejos.
¡Adiós! cuida a tu madre, que el amor
De los hijos la savia es de los viejos,
De la vida que muere último albor».
A tomar mi caballo juntos fuimos...
Lo que por mí pasó decir no sé,
Cuando una y otra vez nos despedimos
Y que en la casta frente la besé.
Alejeme al galope; ya distante
La vista volví atrás... ¡estaba allí!
Su vestido de listas ondulante
A través del follaje distinguí.
Aquél fresco recuerdo de otros días.
Su imagen que jamás podré olvidar.
Se mezcla a esas vagas armonías
Que la vida acarician al pasar!
Carlos Guido y Spano