MARTA
V
A mañana y a tarde la veía
en ese banco; y pura y temblorosa,
el fragante capullo de una rosa
blanca, recién tronchado, parecía.
Al sentarme a su lado, sonreía
con su sonrisa casta y misteriosa,
mientras que su mirada, luminosa,
los ámbitos azules recorría.
¡Ojos no he visto como aquellos ojos!
¡Ni he visto nunca labios como aquellos,
tan dulces, tan vibrantes y tan rojos!
¡Ni perfiles más pulcros ni más bellos!
¡Ni manojos de luz... cual los manojos
rubios de sus undívagos cabellos!
Julio Flórez