MARTA
VIII
Sus pies... Una mañana en que la aurora
en el cielo sus oros derretía,
la encontré en el estanque; sumergía
sus pies bajo del agua tembladora.
Al sentirme llegar, más seductora
que nunca, irguiese la adorada mía;
y, llena de rubor, —yo no sabía...
me dijo— ¡vete!... ¡de llegar no es hora!—
Entonces pude ver sus pies desnudos,
como ningunos otros adorables,
por lo blancos y tersos y menudos.
Caí de hinojos y exclamé: —¡no me hables!—
y con mis labios, trémulos y mudos,
¡cubrí sus pies de besos inefables!
Julio Flórez