II
SALUD
Salmo XXXIV, 3
No enfermedad, sino salud tu tránsito
de esta huidera vida a la de siempre;
no grietas ni resquicios de una ruina
tus heridas; no escombros en desplome
tus miembros que aguantaron el estrago
del suplicio feroz; no hubo rendija
de podre en tu recinto, ni hubo quiebras
en tu entereza, ni tu carne pasto
de los gusanos fue, ni calavera
se hizo el cercado del mollar vivero
de tu humano pensar, pues fue tu muerte
salud y sanidad y lozanía;
fue robustez hasta los mismos tuétanos
de tus enteros huesos. No tu madre Juan XIX, 33.
nuestra cándida tierra, manadero
que no se agota de salud pristina,
nuevo pastor Abel, mas tus hermanos
te segaron el hilo de la vida;
no natural tu muerte, sino humana.
Sin tocar suelo has muerto, Caballero
del eterno perdón, firme jinete
de tu cruz a la grupa; y tu batalla
postrera, de agonía no libraste
sobre el regazo de tu madre. A tierra
volviste sano, cual surgiste de ella,
y entero, sin romperla ni mancharla;
virgen la hizo tu muerte y la hizo madre.
Y estás muriendo sin cesar; tu muerte,
perenne sacrificio, nos es vida
perenne; sin cesar por Ti morimos,
resucitando sin cesar. Remedio
para la enfermedad de nuestra vida
la salud de tu muerte. ¡Tú y tu Madre
juntos juntasteis los dispersos miembros
del no parido Adán; juntos juntasteis
la nueva Humanidad, la que, ave fénix,
sobre el nido de llamas de tu pecho
incendiado de amor, se reconquista
y se levanta hasta tocar a Dios!
Miguel de Unamuno