ESTATUA DE ALEJANDRA PIZARNIK
La página, en blanco, pronunció
para siempre su nombre en la espesura:
Busco la oscuridad de un bosque
para entender tanto vacío.
Su nombre se adentró con la misma tristeza
de una estatua de hielo,
con el dolor salado de una herida interna.
Alejandra se hallaba en el poema
pero siempre su cuerpo se perdía
al volver desolada entre la nieve,
al morir otra vez tras dar a luz.
Esa luz que se filtra tras las hojas
de ese bosque donde aún moran sus ojos,
de ese bosque donde aún miran sus hijos
el hielo de esta estatua con su nombre.
Daniel García Florindo