PUNTO Y APARTE
No era una espina. Era una rosa.
Una fragata me esperaba a lo largo de la noche
que se apagaba lentamente
a la par de una vela que se ahogaba.
Encontré su boca sin pedir permiso.
La besé. Besé su cáscara, su pulpa.
Su raíz.
Sembré caricias de otra temporada.
No era mármol. No era hierro.
Sabía a cereza. A fruta.
Y el lugar en el mundo era otro. Con otro color.
Un aroma simple como la miel. Disímil.
Y aparecieron verdades que no se extirpaban del brazo.
Tampoco de mis ojos.
Mucho menos de mi boca.
Punto.
Ezequiel Delfino