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RUBÉN DARÍO

Autumnal presentía y añoraba las rosas,
adoraba a los cisnes y amaba a la pantera,
y sus ojos veían cómo todas las cosas
ardían inextinguibles en la divina hoguera.

Rubén fue fuego insomne y augusta fantasía
de imágenes naciendo como sin par aurora
o de flores bellísimas, que en el calor del día
se agostan y nos queman con luz abrasadora.

En busca de otras flores oscuras y malditas
cabalgaba a la grupa del divino Pegaso
y alado perseguía las ansias infinitas
que nacen en la tarde al filo del ocaso.

Liróforoceleste y fauno incandescente,
con su ígneo corazón alimentó la lumbre
que llegaba de Venus hasta su sangre ardiente
y era primero estrella y luego pesadumbre.

Amó en todas las lenguas y de todas las bocas
quiso beber el néctar de la dulce ambrosia,
y por sus tardes tristes y por sus noches locas
Pan bifronte sonaba su agreste melodía.

Él, que tanto nos dijo de mujeres exóticas,
sólo en Francisca hallara amor seguro y tierno,
que bálsamo pusiera a sus horas neuróticas,
a aquellas que viviera muy lejos del infierno.

Saludaba optimista a la hispánica raza
y a sus nobles cachorros cantaba victoriosos,
aunque, al Norte, el riflero presto estaba a la caza,
y sus perros aullaban terribles y rabiosos.

Su cortejo de espadas y de penachos fieros
se arrodillaba inerme ante la faz de un niño,
y las férreas corazas de sus bravos guerreros
en su pecho ocultaban el blancor del armiño.

Cosmopolita y vago,su mente evanescente
fue incesante crisálida de una terca ilusión,
que naciera estentórea y muriera silente,
mientras con ronco acento sonara el Aquilón.

Cuando llegó al crepúsculo fue tras la caravana
que al establo adoraba con incienso y con oro,
mas otros resplandores y otra pasión arcana
resuenan en su vida y en su verso sonoro.

Al fulgor de su paso por la vida y la muerte
renacieron jardines y princesas galantes,
y el cisne que sabía lo ilustre de su suerte
lo despidió con plumas y con cantos triunfantes.

Qué púberes canéforas lo coronen de acantos
y en los vientos proclamen su mérito inmortal,
y que nunca concluyan los rezos de los santos
que a Jesuscrito piden que lo libre del mal.

Manuel Parra Pozuelo


«Mi voz en otros cantos»

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