A UNA DAMA ESPAÑOLA
Vestida de negro os miro
Llenar de gracia discreta,
Al lado del Rey Poeta,
Las fiestas del Buen Retiro.
Ya abanicáis un suspiro,
Ya esgrimís una mirada;
Y es así que encresponada
Lucís la pálida frente,
Como una luna creciente
En una noche enlutada.
Reís del bufón, señora,
Que a vuestros pies se fatiga,
De Olivares, que os intriga,
Y del Rey, que os enamora.
¿Vuestra carcajada llora?
Tal vez; pero entre esas gentes
Vuestros labios sonrientes
Se abren con alegre afán.
¿De qué corona serán
Las perlas de vuestros dientes?
Un golpe sobre el atril:
Rompe la orquesta al instante.
Tiembla el violín sollozante
Y retumba el tamboril.
Vuestra risa de marfil
Parece que entra en la pauta;
Y fíngese, allá en la cauta
Fronda de opaca ilusión,
La rítmica confusión
De la paloma y la flauta.
Con voluptuoso frufrú,
Danzan, en lírica rueda,
Entre pájaros de seda,
Mariposas de tisú.
Gallarda como un bambú,
Tejiendo bailes se os ve;
Y ensayáis sacando el pie,
Al son de la blanda nota
Ya inflexiones de gavota,
Ya actitudes de minué.
De pronto, un paje. Hacia vos
Extiende un cerrado pliego.
Con una mirada, luego,
Le decís al paje adiós.
El Rey, que ha llegado en pos,
Pediros razón intenta;
Y sobre el pliego, que ostenta
Una albura inmaculada,
Hay una oblea encarnada
Como lágrima sangrienta.
Las cejas el Rey enarca,
Como exigiendo merced.
—¿El pliego?
—Tomad: leed.
—¡De Calderón de la Barca!
Pálido asombro se marca
En la frente de los dos...
Es en verso. Invoca a Dios;
Y jura que os quiere bien.
Pero que, harto del desdén,
Se ordena fraile por vos.
El Rey, con altivo porte,
El pliego rasga en pedazos;
Y vos caéis en los brazos
De las damas de la Corte.
¡Feliz pecho el que soporte
Cabeza tan seductora!...
Bella aparecéis, señora;
Pero como nunca bella:
Tal se desmaya una estrella
Sobre un girón de la aurora.
Como espuma de oleaje,
Vuestro rostro de blancura
Resalta entre la negrura
De vuestro enlutado traje.
Nuestra sonrisa es celaje
Que hace un último derroche;
Y así, exánime entre el broche
De vuestro obscuro vestido,
Sois un lucero dormido
En el fondo de una noche...
José Santos Chocano